viernes, 27 de febrero de 2009

O próximo "til" de Pobo de Deus


A volta dos decepcionados

Os que volven empezar
Cunha frecuencia que aumenta aparecen nas comunidades e grupos cristiáns persoas que durante moitos anos estiveron á marxe da vida de fe -incluso resentidos contra ela- e agora están de volta. Este retorno á vivencia, da fe, xa eclesialmente “integrada”, é algo que está acontecendo polo mundo adiante, non só en España. En Francia cuñaron unha expresión para designar os cristiáns que recuperan a práctica relixiosa. Son os “recommençants”: “os que empezan outra vez”.
¿Por qué abandonaron?
As causas polas que estas persoas deixaron de crer son do máis variado e non é fácil atoparlles un nexo común. Hai quen simplemente se deixou levar dunha inercia, “porque o meu marido non é crente”, “porque a misa e os rezos, Deus, xa non me dicían nada”, “porque o meu ambiente non me alentaba”... En ocasións son auténticas crises nas que non só a fe, o sentido mesmo da vida, foron postos a proba: unha enfermidade ou unha desgracia familiar inesperada, noticias escandalosas sobre eclesiásticos, o encontronazo persoal cun cura ou un catequista de actitudes pouco ou nada evanxélicas…
Nalgún caso a distancia vai dando paso a un sentimento de alerxia, de resentimento, de rexeitamento instintivo a todo o que procede da Igrexa, dos bispos, dos cregos, da parroquia, dos crentes…
Non volven como cando se foron
Os que retoman a vivencia práctica da fe fano despois dunha madura e nalgún caso moi dura reflexión. Entran nun proceso de conversión persoal, fonda e determinante. As palabras antes fofas e baleiras empezan a pronunciarse con respecto e resoan no íntimo con resplandores ilusionantes de luz e alegría. Con silencios de adoración e gratitude. Os “retornados” volven cunha madurez nova, en busca dunha Igrexa a quen antes non lle pasaban a mínima. Esta experiencia vén acompañada e seguida da necesidade de saber máis, de formarse, de actualizarse, de obter respostas, de soster o diálogo interno entre a razón, a sociedade, as preguntas máis urxentes e o evanxeo, a fe, a pertenza eclesial. Cando se foron non tiñan esas inquietudes. Agora veñen sedentos de achegarse á palabra de Deus, á teoloxía, aos grupos eclesiais máis vivos, ao testemuño compartido e celebrado da fe. A lección que traen mellor aprendida é a comprensión lúcida e xenerosa das faltas e miserias que todos os cristiáns arrastramos na loita cotiá da fe, así como a rendida admiración pola fe luminosa e fonda dos humildes, da xente común. Buscan e queren unha Igrexa renovada.
¿Podémolos axudar?
Unha comunidade ou grupo que acolle e que facilita a inserción real e práctica na vida eclesial, esa é a primeira axuda que debemos ofrecer. En ámbitos urbáns non será difícil integralos en grupos de “cristiáns en busca” , onde poidan compartir inquietudes e mais a oración, a comprensión persoal do evanxeo e incluso o testemuño da fe no propio ambiente.
Nestas mesmas páxinas presentei hai tempo o libro de André Fossion, Volver a empezar. Veinte caminos para volver a la fe, publicado por Sal Terrae. Propóñoo agora como “manual” para grupos de “retornados” . Será tamén un bo compañeiro de coresma e pascua para calquera lector sensible.
Hai pouco apareceu nas librerías un suxerente libro de J. A. Pagola, Creer, ¿para qué? Conversaciones con alejados. A súa lectura é recomendable para todos, pero en especial é moi apropiado para “os cristiáns en busca”. Está pensado expresamente para ser manual de grupo nas reunións de “buscadores de Deus” e por iso inclúe cuestionarios de reflexión que facilitan o desenvolvemento práctico do compartir neses encontros.
No camiño de “refundar” a fe e alentar a conversión persoal, pode ser útil tamén o recoñecido “bestseller” de espiritualidade El Regreso del Hijo pródigo, de Henri J. M. Nouwen , publicado por PPC.
A.G.V.

Oración al terminar el Tema 1 del Itinerario

Hablamos de ti, constantemente, Dios.
Yo hasta predico sobre ti.
Y les digo a los demás quién eres,
lo bueno que eres,
lo mucho que nos amas.
Hoy, aquí, en el grupo,
agradezco tu presencia fiel, persistente, gozosa,
en mi vida,
en las personas,
en la reunión,
en la Iglesia.
Pero te ruego que seas Tú
quien hable,
que seas Tú
quien me diga quien soy,
quienes son los demás
y cuál es el modo más sencillo de encontrarte.
Necesito -necesitamos- facilidades.
Gracias, Señor.

viernes, 13 de febrero de 2009

Evangelio 15 de Febrero de 2009

DIOS ACOGE A LOS «IMPUROS»

De forma inesperada, un leproso «se acerca a Jesús». Según la ley, no puede entrar en contacto con nadie. Es un «impuro» y ha de vivir aislado. Tampoco puede entrar en el templo. ¿Cómo va a acoger Dios en su presencia a un ser tan repugnante? Su destino es vivir excluido. Así lo establece la ley.
A pesar de todo, este leproso desesperado se atreve a desafiar todas las normas. Sabe que está obrando mal. Por eso se pone de rodillas. No se arriesga a hablar con Jesús de frente. Desde el suelo, le hace esta súplica: «Si quieres, puedes limpiarme». Sabe que Jesús lo puede curar, pero ¿querrá limpiarlo?, ¿se atreverá a sacarlo de la exclusión a la que está sometido en nombre de Dios?
Sorprende la emoción que le produce a Jesús la cercanía del leproso. No se horroriza ni se echa atrás. Ante la situación de aquel pobre hombre, «se conmueve hasta las entrañas». La ternura lo desborda. ¿Cómo no va a querer limpiarlo él, que sólo vive movido por la compasión de Dios hacia sus hijos e hijas más indefensos y despreciados?
Sin dudarlo, «extiende la mano» hacia aquel hombre y «toca» su piel despreciada por los puros. Sabe que está prohibido por la ley y que, con este gesto, está reafirmando la trasgresión iniciada por el leproso. Sólo lo mueve la compasión: «Quiero: queda limpio».
Esto es lo que quiere el Dios encarnado en Jesús: limpiar el mundo de exclusiones que van contra su compasión de Padre. No es Dios quien excluye, sino nuestras leyes e instituciones. No es Dios quien margina, sino nosotros. En adelante, todos han de tener claro que a nadie se ha de excluir en nombre de Jesús.
Seguirle a él significa no horrorizarnos ante ningún impuro ni impura. No retirar a ningún «excluido» nuestra acogida. Para Jesús, lo primero es la persona que sufre y no la norma. Poner siempre por delante la norma es la mejor manera de ir perdiendo la sensibilidad de Jesús ante los despreciados y rechazados. La mejor manera de vivir sin compasión.
En pocos lugares es más reconocible el Espíritu de Jesús que en esas personas que ofrecen apoyo y amistad gratuita a prostitutas indefensas, que acompañan a sidóticos olvidados por todos, que defienden a homosexuales que no pueden vivir dignamente su condición… Ellos nos recuerdan que en el corazón de Dios caben todos.

Reunión del 12.02.09

Fue una reunión con notables ausencias, por causas importantes en todos los casos. Estuvimos Fuencisla, Fátima, Luis Miguel, Olga, Sagrario, Chus y Andrés. Lo primero que hicimos fue compartir el texto de San Agustín/Santa Mónica, que nos permitió unirnos a la esperanza de Marité y serenar el corazón con el sentido cristiano de la muerte y de la vida. Dio lugar a un coloquio rico en el que se constataron sobre todo dos cosas: en primer lugar, la insuficiencia del lenguaje para expresar lo que es Dios y cómo es la vida que nos espera más allá de la muerte y, además o muy especialmente, lo decisiva que es la persona de Jesús -y nuestra identificación con él- para comprender nuestra condición de hijos de Dios. También compartimos la experiencia común de sentirnos acompañados por Dios cuando el dolor y la angustia llegan a desestabilizar nuestras vidas.
Además pusimos en común las tres primeras respuestas del Ver, Juzgar y Actuar del primero de los temas, el de la Revelación, de nuestro Itinerario de Formación. Terminamos formulando, no todos, algunas acciones concretas para recordar, revivir, el tema en la vida ordinaria y quedamos -atención, tomad nota- en que en la próxima reunión, el 26, que ya estamos iniciando el camino cuaresmal, llevar por escrito las respuestas a las segundas preguntas del Ver, Juzgar y Actuar de ese mismo tema. ¡Ánimo!

martes, 10 de febrero de 2009

Unidos a Marité

San Agustín en su sermón con motivo de la muerte de su madre, Mónica, nos deja una serie de pensamientos consoladores y llenos de esperanza en la resurrección. En las Confesiones, refiere muchos momentos de confidencias con ella, que avizoraba una muerte próxima. Dice:
"Tú sabes, Señor, que cuando hablábamos aquel día de estas cosas..., ella dijo:
‘Hijo, por lo que a mí respecta, ya nada me deleita en esta vida.
Qué es lo que hago aquí, y por qué estoy aún aquí, lo ignoro, pues no espero ya nada de este mundo. Una sola cosa me hacía desear que mi vida se prolonga­ra por algún tiempo: el deseo de verte cristiano católico, antes de morir. Dios me lo ha concedido con creces, ya que te veo convertido en uno de sus siervos, habiendo renunciado a la felicidad terrena. ¿Qué hago ya en este mundo?’
No recuerdo muy bien lo que le respondí, pero al cabo de cinco días o poco más cayó en cama con fiebre. Y, estando así enferma, un día sufrió un colapso y perdió el sentido por un tiempo. Nosotros acudimos corriendo, mas pronto recobró el conocimiento, nos miró a mí y a mi hermano allí presentes, y nos dijo en tono de interrogación: ‘¿Dónde estaba?’
Después, viendo que estábamos aturdidos por la tris­teza, nos dijo: ‘Enterrad aquí a vuestra madre...


Y es en su sermón cuando recuerda algunas de sus palabras sobre el morir y el más allá de la muerte:

"La muerte no es nada.
Sólo es que he pasado a la habitación de al lado.
Yo sigo siendo yo.
Y vosotros sois vosotros mismos.
Lo que somos los unos para los otros, lo seguimos siendo.
Dadme el nombre que siempre me habéis dado.
Hablad de mi como siempre lo habéis hecho.
No uséis un tono diferente.
No toméis un aire solemne y triste.
Seguid riendo de lo que os hacía reir juntos
Rezad, sonreid.
Pensad en mi, rogad por mi.
Que mi nombre sea pronunciado como siempre lo ha sido:
Sin énfasis de ninguna clase, sin señal de sombra.
La vida es lo que siempre ha sido.
El hilo no está cortado.
¿Por qué habría de estar yo fuera de vuestra mente?
¿Simplemente porque yo estoy fuera de vuestra vista?
Os espero.
No estoy lejos, sólo al otro lado del camino.
¿Veis? Todo está bien".

San Agustín, Obispo de Hipona, s. V.

Con Manos Unidas. Un testimonio

En plena campaña de Manos Unidas, la número 50, "Combatir el hambre proyecto de todos", nos vendrá bien acercarnos al testimonio vivo de la lucha en favor de la vida y de la dignidad de las personas en la figura de esta monja salesiana, cuya entrevista en ABC os reproduzco aquí.

«¿Cómo se puede morir un niño por no comer lo que aquí va a la basura?»
VIRGINIA RÓDENAS , en ABC, 04-02-09.

El infierno está en África y lo hemos creado nosotros. El día en que esta salesiana volvía de celebrar la resurrección de Cristo en el campo del hambre de Zway y se le murió su primer niño entre los brazos, supo que estaba en él.

Todo un privilegio
Así entiende su misión en Zway (Etiopía) Nieves Crespo (Madrid, 1969), matemática experta en computación y en Teología de la Vida Consagrada. Salesiana en 1991, dio clases en el colegio del Pilar de Madrid. Su web zwayetiopia.wordpress.com es un credo del amor. Manos Unidas está con ella.
-¿Se puede cuantificar el horror de la miseria extrema?
-No. Es un porrazo. Llegué a Etiopía en 2002, el año de la hambruna, sin que tuviera repercusión informativa porque empezó la guerra de Irak. No venían recursos de fuera. Sólo intentas salvar las vidas que puedes a tu alrededor. No se puede racionalizar, sólo se vive.
-A usted nuestra crisis le dará risa.
-(Suelta una carcajada) Sí, sí.
-Acostumbrados a no tener nada, ¿qué es pasarlas canutas en Etiopía?
-Había visto a los niños en los clásicos reportajes del hambre y allí se me morían en los brazos. Había que elegir a qué niños alimentar sin saber si al día siguiente vivirían, porque no dábamos para más. No hay cosechas, no hay comida, hay hambre y eso es muerte. Aquí crisis es no poder pagar la hipoteca, quedarte en paro... Allí no hay hipoteca que pagar porque no hay casa digna en donde vivir, ni hay agua ni pan para los hijos. Son dos mundos que no se pueden comparar.
-Un economista le diría «desequilibrio».
-No me preocupa lo que dicen los que saben porque no te sirve para nada. Me he llevado grandes decepciones con organismos internacionales: ese año en que teníamos que dar de comer a 10.000 personas ni siquiera habían detectado que nuestra zona, a 170 kilómetros al sur de Addis Abeba, era de hambruna.
-Cuando morir de hambre no es metáfora...
-Es sólo morir. He tenido niños que ni siquiera podían tomar leche y recibían suero oral con una sonda gástrica y extremo cuidado porque pasarte lo mínimo era acabar con su vida. Y no sabes por qué ocurre. ¿Cómo se puede morir un niño por no comer lo que aquí va a la basura? Luego, las enfermedades corroen los cuerpos desnutridos. Una tarde llegó un niño y le pregunté si había comido. Dijo que sí, un trozo de pan «ayer por la mañana». ¡Habían pasado más de 24 horas y el niño decía que había comido! Los esquemas de allí no sirven aquí.
-Escribe en su blog: «Hoy he descubierto que es posible el milagro de la vida para los más pobres de nuestro planeta».
-Niños que llegan muriéndose, que están meses debatiéndose entre la vida y la muerte en tiendas de campaña y ahora están en primaria, o hermanos de niños en programas de nutrición están en la escuela técnica y son portadores de una nueva esperanza o incluso trabajan y tienen una oportunidad.
-Sé que ha visto más prodigios.
-Mucha gente va por la misión y nos aportan lo mejor de ellos mismos, desde trabajo físico a cosas más elevadas, como las cocinas solares de un grupo de italianos para no tener que cortar leña (la deforestación trae más sequía). O en Reji, donde ingenieros del grupo del español Lorenzo Salamanca hallaron agua el día de la Inmaculada en un pozo a 184 metros, en el lugar con más niños víctimas el año del hambre. Y no sólo fue potable, sino ¡«fresh water»! (de embotellar). Hoy hay 29,5 km. de tuberías, 13 puntos de agua y siete abrevaderos donde niños y mujeres caminaban antes dos días para traerla.
-Hábleme del milagro de Hanna.
-¡Mi niña! La abandonaron con una malformación congénita de corazón y tres kilos de peso con dos años. En un mes pasó por el centro de acogida y tres hospitales. En el de Addis Abeba la sacamos de la habitación donde dejan a los niños para que mueran. Cuando regresamos era lunes. La niña apenas tenía vida tras un día de camino. Esa noche celebramos una Eucaristía y la abracé fuerte. La bautizamos. Luego, a la desesperada mandé e-mails pidiendo ayuda. La respuesta fue increíble. ¿Por qué salvar esa vida precisamente? No lo sabemos. En una semana, Hanna volaba a Madrid. Sufrió dos paros cardiacos y en el Ramón y Cajal la operaron a vida o muerte. ¡Fue un éxito! El 8 de enero volvía a casa. Me sorprendió que esa unidad cardiaca infantil con tantos medios tuviera tan pocos niños, y una ginecóloga me explicó que si a Hanna la hubiesen concebido en España, seguramente habría sido un aborto. Pero es un milagro.

Para saber más: zwayetiopia.wordpress.com

martes, 3 de febrero de 2009

Mensaje de Cuaresma de Benedicto XVI

Siempre interesante, el mensaje del Papa para esta Cuaresma recupera el sentido más tradicional del ayuno: renuncia, autodominio, solidaridad con el pobre, unión con Dios. Creo que vale la pena leerlo con atención. La Cuaresma ya está ahí y es tiempo de decisiones.


Mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma 2009

"Jesús, después de hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre"

CIUDAD DEL VATICANO, martes, 3 de febrero de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que ha escrito Benedicto XVI para la Cuaresma 2009 que lleva por título "Jesús, después de hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre" (Mateo 4, 2).

* * *

¡Queridos hermanos y hermanas!

Al comenzar la Cuaresma, un tiempo que constituye un camino de preparación espiritual más intenso, la Liturgia nos vuelve a proponer tres prácticas penitenciales a las que la tradición bíblica cristiana confiere un gran valor -la oración, el ayuno y la limosna- para disponernos a celebrar mejor la Pascua y, de este modo, hacer experiencia del poder de Dios que, como escucharemos en la Vigilia pascual, "ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos" (Pregón pascual). En mi acostumbrado Mensaje cuaresmal, este año deseo detenerme a reflexionar especialmente sobre el valor y el sentido del ayuno. En efecto, la Cuaresma nos recuerda los cuarenta días de ayuno que el Señor vivió en el desierto antes de emprender su misión pública. Leemos en el Evangelio: "Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre" (Mt 4,1-2). Al igual que Moisés antes de recibir las Tablas de la Ley (cfr. Ex 34, 8), o que Elías antes de encontrar al Señor en el monte Horeb (cfr. 1R 19, 8), Jesús orando y ayunando se preparó a su misión, cuyo inicio fue un duro enfrentamiento con el tentador.

Podemos preguntarnos qué valor y qué sentido tiene para nosotros, los cristianos, privarnos de algo que en sí mismo sería bueno y útil para nuestro sustento. Las Sagradas Escrituras y toda la tradición cristiana enseñan que el ayuno es una gran ayuda para evitar el pecado y todo lo que induce a él. Por esto, en la historia de la salvación encontramos en más de una ocasión la invitación a ayunar. Ya en las primeras páginas de la Sagrada Escritura el Señor impone al hombre que se abstenga de consumir el fruto prohibido: "De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio" (Gn 2, 16-17). Comentando la orden divina, San Basilio observa que "el ayuno ya existía en el paraíso", y "la primera orden en este sentido fue dada a Adán". Por lo tanto, concluye: "El ‘no debes comer' es, pues, la ley del ayuno y de la abstinencia" (cfr. Sermo de jejunio: PG 31, 163, 98). Puesto que el pecado y sus consecuencias nos oprimen a todos, el ayuno se nos ofrece como un medio para recuperar la amistad con el Señor. Es lo que hizo Esdras antes de su viaje de vuelta desde el exilio a la Tierra Prometida, invitando al pueblo reunido a ayunar "para humillarnos -dijo- delante de nuestro Dios" (8, 21). El Todopoderoso escuchó su oración y aseguró su favor y su protección. Lo mismo hicieron los habitantes de Nínive que, sensibles al llamamiento de Jonás a que se arrepintieran, proclamaron, como testimonio de su sinceridad, un ayuno diciendo: "A ver si Dios se arrepiente y se compadece, se aplaca el ardor de su ira y no perecemos" (3, 9). También en esa ocasión Dios vio sus obras y les perdonó.

En el Nuevo Testamento, Jesús indica la razón profunda del ayuno, estigmatizando la actitud de los fariseos, que observaban escrupulosamente las prescripciones que imponía la ley, pero su corazón estaba lejos de Dios. El verdadero ayuno, repite en otra ocasión el divino Maestro, consiste más bien en cumplir la voluntad del Padre celestial, que "ve en lo secreto y te recompensará" (Mt 6, 18). Él mismo nos da ejemplo al responder a Satanás, al término de los 40 días pasados en el desierto, que "no de solo pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4, 4). El verdadero ayuno, por consiguiente, tiene como finalidad comer el "alimento verdadero", que es hacer la voluntad del Padre (cfr. Jn 4, 34). Si, por lo tanto, Adán desobedeció la orden del Señor de "no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal", con el ayuno el creyente desea someterse humildemente a Dios, confiando en su bondad y misericordia.

La práctica del ayuno está muy presente en la primera comunidad cristiana (cfr. Hch 13,3; 14,22; 27,21; 2Co 6,5). También los Padres de la Iglesia hablan de la fuerza del ayuno, capaz de frenar el pecado, reprimir los deseos del "viejo Adán" y abrir en el corazón del creyente el camino hacia Dios. El ayuno es, además, una práctica recurrente y recomendada por los santos de todas las épocas. Escribe San Pedro Crisólogo: "El ayuno es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le súplica" (Sermo 43: PL 52, 320, 332).

En nuestros días, parece que la práctica del ayuno ha perdido un poco su valor espiritual y ha adquirido más bien, en una cultura marcada por la búsqueda del bienestar material, el valor de una medida terapéutica para el cuidado del propio cuerpo. Está claro que ayunar es bueno para el bienestar físico, pero para los creyentes es, en primer lugar, una "terapia" para curar todo lo que les impide conformarse a la voluntad de Dios. En la Constitución apostólica Pænitemini de 1966, el Siervo de Dios Pablo VI identificaba la necesidad de colocar el ayuno en el contexto de la llamada a todo cristiano a no "vivir para sí mismo, sino para aquél que lo amó y se entregó por él y a vivir también para los hermanos" (cfr. Cap. I). La Cuaresma podría ser una buena ocasión para retomar las normas contenidas en la citada Constitución apostólica, valorizando el significado auténtico y perenne de esta antigua práctica penitencial, que puede ayudarnos a mortificar nuestro egoísmo y a abrir el corazón al amor de Dios y del prójimo, primer y sumo mandamiento de la nueva ley y compendio de todo el Evangelio (cfr. Mt 22, 34-40).

La práctica fiel del ayuno contribuye, además, a dar unidad a la persona, cuerpo y alma, ayudándola a evitar el pecado y a acrecer la intimidad con el Señor. San Agustín, que conocía bien sus propias inclinaciones negativas y las definía "retorcidísima y enredadísima complicación de nudos" (Confesiones, II, 10.18), en su tratado La utilidad del ayuno, escribía: "Yo sufro, es verdad, para que Él me perdone; yo me castigo para que Él me socorra, para que yo sea agradable a sus ojos, para gustar su dulzura" (Sermo 400, 3, 3: PL 40, 708). Privarse del alimento material que nutre el cuerpo facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el ayuno y la oración le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios.

Al mismo tiempo, el ayuno nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos. En su Primera carta San Juan nos pone en guardia: "Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?" (3, 17). Ayunar por voluntad propia nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano, que se inclina y socorre al hermano que sufre (cfr. encíclica Deus caritas est, 15). Al escoger libremente privarnos de algo para ayudar a los demás, demostramos concretamente que el prójimo que pasa dificultades no nos es extraño. Precisamente para mantener viva esta actitud de acogida y atención hacia los hermanos, animo a las parroquias y demás comunidades a intensificar durante la Cuaresma la práctica del ayuno personal y comunitario, cuidando asimismo la escucha de la Palabra de Dios, la oración y la limosna. Este fue, desde el principio, el estilo de la comunidad cristiana, en la que se hacían colectas especiales (cfr. 2Co 8-9; Rm 15, 25-27), y se invitaba a los fieles a dar a los pobres lo que, gracias al ayuno, se había recogido (cfr. Didascalia Ap., V, 20,18). También hoy hay que redescubrir esta práctica y promoverla, especialmente durante el tiempo litúrgico cuaresmal.

Lo que he dicho muestra con gran claridad que el ayuno representa una práctica ascética importante, un arma espiritual para luchar contra cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos. Privarnos por voluntad propia del placer del alimento y de otros bienes materiales, ayuda al discípulo de Cristo a controlar los apetitos de la naturaleza debilitada por el pecado original, cuyos efectos negativos afectan a toda la personalidad humana. Oportunamente, un antiguo himno litúrgico cuaresmal exhorta: "Utamur ergo parcius, / verbis, cibis et potibus, / somno, iocis et arctius / perstemus in custodia”: Usemos de manera más sobria las palabras, los alimentos y bebidas, el sueño y los juegos, y permanezcamos vigilantes, con mayor atención".

Queridos hermanos y hermanas, bien mirado el ayuno tiene como último fin ayudarnos a cada uno de nosotros, como escribía el Siervo de Dios el Papa Juan Pablo II, a hacer don total de uno mismo a Dios (cfr. encíclica Veritatis Splendor, 21). Por lo tanto, que en cada familia y comunidad cristiana se valore la Cuaresma para alejar todo lo que distrae el espíritu y para intensificar lo que alimenta el alma y la abre al amor de Dios y del prójimo. Pienso, especialmente, en un mayor empeño en la oración, en la lectio divina, en el Sacramento de la Reconciliación y en la activa participación en la Eucaristía, sobre todo en la Santa Misa dominical. Con esta disposición interior entremos en el clima penitencial de la Cuaresma. Que nos acompañe la Beata Virgen María, Causa nostræ laetitiæ, y nos sostenga en el esfuerzo por liberar nuestro corazón de la esclavitud del pecado para que se convierta cada vez más en "tabernáculo viviente de Dios". Con este deseo, asegurando mis oraciones para que cada creyente y cada comunidad eclesial recorra un provechoso itinerario cuaresmal, os imparto de corazón a todos la Bendición Apostólica.

Vaticano, 11 de diciembre de 2008

BENEDICTUS PP. XVI

[Traducción del original italiano distribuida por la Santa Sede

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